Opinión

[OPINIÓN] «Indulgencias» imperdonables…


 

Por Claudio Díaz P. @claudio_diazp 
Periodista

 

Cada vez son menos los católicos en Chile.

Diversas encuestas (Cadem, CEP, Latinobarómetro) así como el Censo de 2017, establecen que, en las últimas décadas, pasamos de ser un país casi confesional con más de un 70% de la población que se reconocía como católica, a tener hoy un alicaído 45% de fieles. El “éxodo” comenzó a pronunciarse con el regreso a la democracia y abrió su brecha más profunda, desde el primer semestre de 2010, cuando en Chile se revelaron las primeras denuncias de abuso sexual contra el sacerdote de la comuna de El Bosque, Fernando Karadima.

 

En esencia, estamos hablando de “grandes instituciones religiosas”, que han resentido las “grandes repercusiones” de actos personales y colectivos, que impactan al público por su crudeza, y al saberse que -por décadas- sus más altos representantes actuaron solapados, con ventaja, con arrogancia y sin moral alguna».

 

Y es que fue hace poco más de 1 año, con la vista del Papa Francisco, en enero de 2018, que la alta curia eclesial chilena quedó al descubierto y comenzó su gradual intervención desde El Vaticano. Hoy la escena es de cardenales en retiro, obispos y sacerdotes reemplazados e involucrados en procesos canónicos y judiciales, respondiendo por los abusos sexuales y encubrimientos “permanentes” al interior de colegios, seminarios y hasta en la catedral de Santiago.

Pero el mundo evangélico no está mejor. Especialmente por estos días con su “via crucis” centrado en la Primera Iglesia Metodista Pentecostal y su obispo evangélico Eduardo Durán Castro, padre del diputado Eduardo Durán Salinas (RN).

El obispo protestante es dueño -a título personal- de 8 automóviles y 12 propiedades que tienen un avalúo fiscal de mil 52 millones de pesos. El cuestionado pastor, reconoció recibir más de $30 millones en diezmo al mes, y está siendo investigado por presunto lavado de activos.

Es cierto, todos somos humanos, todos nos equivocamos, pero esto es un poco distinto y va más allá de la indulgencia habitual de la teología cristiana. En esencia, estamos hablando de “grandes instituciones religiosas”, que han resentido las “grandes repercusiones” de actos personales y colectivos, que impactan al público por su crudeza, y al saberse que -por décadas- sus más altos representantes actuaron solapados, con ventaja, con arrogancia y sin moral alguna.

En Chile hay libertad de culto, y culto a la libertad, por eso las cifras oficiales evidencian el fenómeno en que se encuentran católicos -con un 43% de seguidores- y evangélicos –con un 16%-, el tema es que el 38% de los chilenos declara no pertenecer a ninguna religión, o ser ateo o agnóstico. Una cifra en expansión lenta, pero sostenida.

Si a través de la historia, alguna vez la religión sirvió para cohesionar grupos humanos y consolidar imperios, hoy las iglesias son más bien parte del instinto estructural de la desconfianza, más aún cuando se confirma que detrás del púlpito, se juegan intereses cada vez más lejos de la religión y de Dios, y más cerca del dinero y el abuso…

 

 

 

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